lunes, 13 de diciembre de 2010

La Odisea. Canto XVIII.

Llega al palacio real de Ítaca un mendigo conocido por todos los presentes, es conocido bajo el sobrenombre de Iro y todos los galanes estaban habituados a utilizarlo para enviar mensajes y mandados. Vio Iro a Odiseo, metamorfoseado en un anciano por la ojizarca Atenea, y temió que le quitara su porción de limosna, por lo cual comenzó a insultarlo y a querer echarlo fuera de allí, pero Odiseo no prestó atención a esas palabras y recomendó prudencia a Iro, no fuera que esas palabras enojaran su ánimo y le pesara mucho el castigo. Divertidos ante este espectáculo, los galanes alentaron a los mendigos y Antinoo ofreció la mejor porción de carne al que resultara victorioso. No pudiendo negarse a trabar combate, Odiseo descubrió su torso y todos comprendieron que Iro no tenía posibilidad de vencer. Odiseo eligió no matarlo, ya que esto podría despertar sospechas. Con un solo golpe, el rey disfrazado derribó a su rival y lo arrastró de un pie hasta fuera del palacio, donde le colocó un palo en la mano y le encargó que alejara a los perros y no volviera dentro del recinto nunca más.
Los pretendientes festejan a Odiseo por su triunfo y éste aconseja a Anfínomo, por quien sentía cariño, que abandonara esas compañías y así evitara luchar contra el rey cuando éste volviera, pero no logró convencerlo.
Penélope estaba en sus habitaciones, esperando la llegada de su amado esposo, lamentando su partida y su tardío regreso.



Con la intención de atormentar a los pretendientes con su presencia, Penélope baja a las salas para hablar con Telémaco y le recrimina haber permitido tal batalla en su hogar. El discreto Telémaco responde que sus actos están limitados por aquellos invasores que la pretenden y que, aún así, el combate no había terminado como ellos habrían querido, porque Iro había sido vencido sin derramar sangre.
Eurímaco eleva unas palabras a la belleza de Penélope, pero ella contesta tristemente que todo resabio de hermosura que pudo haber poseído había desaparecido el día que su esposo partió hacia Troya. Antinoo jura que ninguno de ellos se iría de aquel lugar ni abandonaría sus pretensiones hasta que ella no hubiera elegido nuevo marido.
Melanto, una de las esclavas de la reina y actual amante de Eurímaco, insulta a Odiseo y este le responde fieramente; luego el propio Eurímaco dirige afiladas palabras contra él a lo que el ingenioso Odiseo, fecundo en ardides, replica que aún cuando se mostraba tan altanero entre sus compañeros, Eurímaco no encontraría puerta lo suficientemente grande para escapar corriendo cuando el dueño de esos aposentos se hiciera presente.
La sola imagen de Odiseo en Ítaca transformó el rostro de los pretendientes en una mueca de horror.


El arrogante galán se encolerizó como nunca antes, pero Telémaco intervino ordenando que no se molestara más al anciano mendigo, ante lo cual se produjeron los últimos brindis y libaciones de la noche y cada uno de los galanes volvió a su hogar.
Nuevamente hubo paz en el palacio real de Ítaca, al menos por un tiempo.

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